No recuerdo la última vez que sentí unas ganas impetuosas de llegar a mi casa y escribir de alguien a quien apenas conozco. A pesar de las leyendas urbanas que hablan de mi corazón delator, no soy tan fácil como muchos suponen.
Y entonces, te he visto y he pensado toda la tarde en cosas bonitas que no puedo describir porque, a mi pesar, soy un mal escritor y un peor poeta. Solamente puedo contarte que mis demonios no han querido salir hoy de su cueva porque tienen miedo de encariñarse con tu acento.
No tengo ganas de quererte a escondidas mientras todos duermen, como he hecho últimamente en madrugadas irreversibles. Tú mereces que te quieran, sin pena y sin vergüenza, en medio de la avenida con más tráfico de esta ciudad sobrepoblada.
Tú vales la (inevitable) pena.
Comentarios
Publicar un comentario