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"Chicas Malas" Capitulo Diecinueve: La Polaca (2)


Dije que te ves tan bien que en realidad quiero hacerte mía
Are you gonna be my girl,  Jet. .


Creo que Luli Jones me odia.  A mí, al mundo, a una porción muy pequeña de humanidad que para mí es un mundo.  Una historia tormentosa llena de sexo, sudor, lagrimas… y silencios incómodos. La historia, que ya ha perdido validez literaria y no sé cuanto tiene de ficción, es la siguiente.

Era un día que no se decidía si era frio o caluroso (como yo, by the way) y me había pasado todo el día caminando por la Javier Prado luego de hacer una entrevista que a nadie le importa. Con las piernas dolidas, iba a conversar finalmente con Luli Jones, alias La Polaca. O por lo menos esas eran mis malas intenciones.

Resumiendo (y resumiendo mucho, porque hay cosas que no creo que les interese porque ni a mí me interesan), estábamos grabando un par de sonseras y la señorita Jones se prestó como modelo, gracias a un amigo y una amiga. Luli Jones, guapa e inocente (vamos a pretender que esto es creíble) acepto de buena gana y…  bueno, mis cosas no suelen terminar bien con chicas de origen dudoso europeo. Cada cierto tiempo, cada dos millones de años digamos, conozco a alguien a quien no le puedo hablar. Por miedo, por imbécil  que se yo. 

La citamos a las 2 pm y ella estaba ahí, sentadita y con la mirada en la nada, como una mosca de cocina. Todos iban por ahí, jalando y moviendo cosas y yo mirándola, como un niño que mira a una mosca en la cocina y no sabe como matarla, extraña metáfora de verla sin saber como hablarle. Le di tantas vueltas al asunto, buscando ese momento cinematográfico digno de Eternal Sunshine of the Spotless Mind y cuando llega el momento de la verdad, the time of my life, la frase más linda y profunda fue:

- ¿Puedes moverte un ratito? Estamos cargando equipo y…  mil sorry’s.

- Está bien – me dice, y sonríe. Y me deja chiquito como…  (No digamos moscas, no digamos moscas) una bacteria.

Me quedo zombie una media hora, viéndola. Alucinándola. Ella está encerrada en su cuaderno y seguro piensa estos mierdas me han hecho venir por las puras. Incluso con su cara de poto se ve interesante, masomenos.

- Tienes que hablarle, esta aburridaaaaazaaaa…  – me dice Paola, una chiquita que es dos veces chiquita – Se va a ir, seguro.

Y ahora sí, es el verdadero momento de la verdad. Voy hacia ella con un Cifrut y un agua mineral en la mano, mis armas de seducción y me aviento a la aventura.

- Lamento la demora. ¿Jugo o Agua? – y le hago la mirada Blue Steel de Zoolander y le sonrió con los dibujos animados, con ese brillito Colgate.

- Oye, gracias – y parpadean esos ojos que, maldita sea, son anormales de la forma tierna (si se puede decir algo así)  – Jugo, muchas gracias.

Esta es la mirada sensual que le mande.


Cuando, a las 3 horas, grabamos, ella sonríe contra natura. Yo la contemplo contra natura. Ella no nos ha mandado al carajo por falta de confianza o por buena onda. Qué bonita, carajo. Ya quisiera yo que en mis malos días mis sonrisas  forzadas fueran así de observables.  

Al final terminamos, mucho después de lo previsto y Luli Jones se va en silencio. En las sombras, desapercibida como… vale, ya, como una mosca.

- ¡Corre y dile algo! – grita Paola, que hace de esa voz interna que nunca se calla.

Voy tras ella y es un momento TNT, el aire contra mi rostro, ella de espaldas perdiéndose en el horizonte (estaba a 2 metros, bueno) y le digo:

- ¡Luli!

Ella voltea lentamente y un ventilador imaginario hace cositas con su cabello.

 - Toma, sé que no justifica todo lo que te hicimos pasar… – y le doy 10 soles del presupuesto con el que trabajábamos – pero no sé como pedirte perdón por todo eso de adentro.

- Oye, no te preocupes – y sonríe, maldita sea. Y se va, en slow motion.

Hoy día la vi pero no le dije nada. Ya no creo que funcione.

Si Luli Jones lee esto, quizás me de la contra. 


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