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Mostrando entradas de diciembre, 2014

Un disparo de nieve

Tengo media pastilla de Clonazepan en el cuerpo e inevitablemente me acuerdo de tí. De las madrugadas en las que conversábamos acompañados de nuestros bostezos y de esa melodía de La Dimensión Desconocida. Desde que te fuiste, con esa despedida violenta, ya no puedo ir a ese conocido parque de San Isidro sin imaginarte entre la gente. No puedo caminar entre los pastrulos y no puedo ver a esos pececitos de mierda de los que alguna vez nos burlamos. Cuando decidiste que todo era suficiente y me dijiste " chau chau"  como si fuese la letra de una canción pop,   empece a odiar a esos periquitos que tanto te gustan. Que te hacen compañía, todas las noches, en tu fortaleza de la soledad. Aunque no lo creas, ya no tengo con quien hablar de zombies y de ovnis. Ya no hay nadie que  me diga   "solamente quiero un buen polvo con alguien a quien abrazar los fines de semana.  El amor vendrá después, si es que viene". Tal vez es el Clonazepan pero me di cuenta q...

hey babe, take a walk on the wild side

Karen viene a mi casa, como casi siempre. Con su mechón rojo y con el olor a hierba. Con ganas de dormir. Toca el timbre dos veces porque esa es su señal, como una proclamación de intenciones. Sube las escaleras hasta mi cuarto, en un recorrido que conoce de memoria por la fuerza de la cotidianidad. Se acurruca, como es costumbre, al lado izquierdo de mi cama. Sobre unos libros que ya ha leído y sobre mi brazo, cortándome la circulación. Y con esa mano adormecida le acaricio la espalda. Ese domingo en la mañana ya parece un viernes por la noche. Karen pone en su celular música  de Lou Reed. Nos besamos mientras él nos habla de un satélite de amor que se fue a Marte. Sobre los días perfectos. Mientras aplastamos libros de Murakami y García Márquez. Entonces, la chica del mechón rojo y el olor a hierba anuncia su retirada. Aunque apenas son las 11 de la mañana, le pido que se quede a dormir.