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La espera me agotó




Violeta, quiero que siempre te acuerdes de esto: Todo comenzó porque me preguntaste si podías besarme y yo pregunté donde estaban tus manos.

Espero que en tus momentos más íntimos evoques cada silaba de los gemidos  que me regalaste aquellas noches. La convulsión de tus piernas. La respiración acelerada. Los "te quiero" que, por el alboroto de las hormonas, finalmente me dijiste sin sentir miedo.

Hay una idea que no me abandona y estoy seguro que también te acosa de vez en cuando. Justo en el momento de mayor placer, te dije "solamente estamos tú y yo" y me creíste. Te relajaste, te dejaste llevar. Sentiste tantas cosas que no vas a admitir para no hacerme volar sobre mi ego.

Pero hoy nos queda la culpa y la nostalgia.

Para ser más exacto, tú cargas con la culpa y yo arrastro la nostalgia. Ahora me besas y me abrazas con la tensión de un atentado terrorista; me tocas y los milímetros entre la piel se vuelven nuevamente kilómetros.

Vas a enterrar lo nuestro usando la lógica y la penitencia de una infidelidad que no es tangible. Quieres olvidar que, gracias a tu compañía, un ateo con temor a la muerte vio a Dios un sábado en la madrugada. Como si fuese algo insignificante, como si no valiéramos la pena.

 Haces una extensa lista de todas las formas en las que me vas a hacer daño en algún momento y te sorprende que aún así quiera quedarme contigo. Siempre me preguntas porque me aferro a algo sin futuro y voy a responderte.

Soy el más grande egoísta de esta ciudad porque no quiero estar solo otra vez.

No me quiero ir porque, cuando cierro los ojos, todavía puedo escuchar como controlas los instintos de gritar un orgasmo. No me voy a ir porque en mi habitación, si pones atención, se puede oír lo que dijiste recostada sobre mi pecho:

"Cuídame, quédate conmigo".


No sé nada de vos,

Dejaste tanto en mí.
En llamas me acosté
Y en un lento degradé
Supe que te perdí.






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